«No es lo perfecto sino no lo imperfecto lo que tiene necesidad de amor»
Oscar Wilde
Una de las indicaciones básicas a la hora de instruir una postura o Asana de yoga, es que esta no nos dañe, a nosotros ni a los demás. Junto a esto, en los Yogasutras (II.46), uno de los textos fundamentales que recogen la sabiduría del yoga, Patañjali nos indica que toda postura deberá ser cómoda y estable.
Dicho así, dan ganas de tumbarse cómodamente en el suelo, en la postura final de relajación que llamamos Savasana, a descansar sin más.
Tomar estas instrucciones de forma aislada y al pie de la letra puede conducirnos a caer en la abulia o pereza, alejándonos del verdadero objetivo hacia el que nos invita la practica de Yoga, desarrollar todo nuestro potencial como seres humanos y así poder descubrir nuestra verdadera naturaleza.
Pero en este camino hacia el autoconocimiento, podemos encontrarnos también, con el otro extremo, la búsqueda incansable de «la postura perfecta».
Querer hacer la postura perfecta según nuestras creencias o deseos supone desconectarnos de lo que verdaderamente sentimos o somos, para alcanzar lo que «deberíamos ser».
Pero ¿donde se encuentra esa imagen de aquello que se supone deberíamos ser?…
Diferente será, que busquemos hacer las cosas lo mejor que podamos, lo cual no tiene que ver con perseguir el perfeccionismo. Será al instalarnos sobre nuestra esterilla, con aceptación sincera de la postura, así como se este haciendo en ese momento, que nuestra practica de Yoga se puede convertir en acto de amor hacia nosotros.
También en la vida cotidiana adoptamos distintas posturas, a veces somos hijos, pareja, amigos, padres o profesionales y al igual que durante la practica de Asana, siempre podremos elegir como colocarnos en ellas. Si nos instalamos con confianza y atención a los procesos de la vida, quizás descubramos que tiene esa «postura» para nosotros en ese momento.